El Robo del Arte

Si existe algún delito que posee cierta aureola de misterio y encanto es sin duda el de «robo de obras de arte».  No sé si esto es así porque el cine ha contribuido en buena medida a crear mitos maravillosos sobre tesoros y cuadros cuyos robos se ven rodeados de increíbles aventuras. Todos hemos visto «En busca del Arca perdida», en el que poco importa quien está legitimado para quedarse con el Arca, si los nazis, los egipcios o el profesor Jones, pues al final lo que seduce es el objeto en sí. Y quizás también merece la pena recordar » El secreto de Thomas Crown», donde un millonario caprichoso juega al escondite con valiosísimas obras de arte rodeadas de increíbles medidas de seguridad.

Dejando aparte el mundo del cine que ha dotada de cierta legitimación a los robos de arte, hay que decir que robar y atentar contra el patrimonio es un delito. Proteger nuestro patrimonio es algo fundamental, como declara la Constitución Española en su art. 46, que establece con claridad que todos los poderes públicos están obligados a intervenir para garantizar la conservación y promover el enriquecimiento del patrimonio histórico, cultural y artístico de los pueblos de España, así como de los bienes materiales que lo integran. Pero además es evidente que en un Estado como el nuestro, no cabe duda de que las Comunidades Autónomas, como poderes públicos, deben ser actores importantes a la hora de llevar a cabo esta tarea de protección y promoción del patrimonio histórico. Por ello, el artículo 148 en sus apartados 15ª, 16ª y 17ª recoge distintas materias relacionadas con la cultura; museos, bibliotecas, patrimonio monumental de interés de la Comunidad Autónoma o fomento de la cultura, como asumibles por las Comunidades Autónomas.
(Estudio del art 46. De la constitución española)

En nuestros países es objetivo principal del Estado defender el patrimonio, que es de todos y forma parte de nuestro acervo cultural. Creo que si alguien hiciera volar por los aires la Catedral de Santiago, nos haría sentir huérfanos al perder nuestras raíces que se hunden en el devenir de los siglos. Así debieron sentirse muchas personas cuando hace años los talibanes hicieron volar por los aires las estatuas de Bamiyan, irrecuperables ya, por desgracia.

Por ello, no tienen ningún «encanto» los delitos que se cometen anualmente contra nuestro patrimonio histórico. En el año 2012, se detuvieron a 123 personas por delitos relacionados con el patrimonio histórico y la Unidades de defensa del Patrimonio de la Guardia Civil y de la Policía Nacional realizan al año numerosas intervenciones (30.000 al año pasado), que consiguen rescatar numerosas obras de arte antes de que sean vendidas a los mejores postores del mercado negro del arte. Recordar, a modo de mención, la recuperación del Códice Calixtino de la Catedral de Santiago, robo del cual seguramente se acabará realizando alguna película.

Estos delitos existen «per se» (deseo de apropiarse de lo que es de otro) y porque hay demanda: alguien quiere comprar una obra de arte para disfrute exclusivo. El arte es universal, para que todos podamos contemplarlo, disfrutarlo y aprender de ese arte. Pero hay quienes alimentan este mercado de obras robadas de manera continua, esto ha determinado que la Interpol haya montado un sistema de intercambio de información «en tiempo real» que estará activo para el año 2014.
Si hay un robo, tendremos lógicamente un ladrón también como protagonista. Y aquí nos encontramos con otro mito: el de los ladrones de obras de arte que al final logran suscitar cierta benevolencia por parte de la opinión pública. Nunca he visto una manifestación de personas a la entrada de unos juzgados reclamando justicia por el robo de una imagen, retablo o cualquier obra de arte.
Uno de los casos más famoso de ladrones de arte es el de Erick el Belga (René Alphonse van der Berghe, Bélgica, 1950), que ha publicado sus memorias tituladas «Por Amor al Arte» de la Editorial Planeta. Buceando en su biografía, en sus robos y en su rehabilitación, llaman la atención sus peculiares opiniones sobre los robos cometidos en el pasado.

En una entrevista concedida a la revista «Iconio» declara que » los grandes ladrones de arte han hecho mucho bien». Este belga que vive retirado en Málaga, donde pinta y asesora a coleccionistas y museos, piensa que gracias a sus robos muchas obras de arte sacro se han salvado de pudrirse o mal conservarse, dado que muchos municipios no tenían medios para ocuparse de esas obras sacras. Afirma también que gracias a sus robos se ha conocido más el patrimonio religioso español. Este singular personaje devolvió más de 1.000 obras de arte robadas de manera anónima. Confiesa, además, que «robar arte es un placer. Yo dormía con cuadros y me daban mensajes místicos». «Nadie valoraba esas obras que robaba y compraba, creo que mi actos han servido para que la gente se fijara en ellas». «La culpa la tuvo el Vaticano II. Fue un gran error. Se dio la orden a los religiosos de vender las piezas para sacar dinero y volver a revitalizar el culto. Gran parte de ellas no estaban a la vista, sino en las sacristías y las vendían los obispos y los párrocos. El Vaticano no quería tener en sus iglesias santos que servían para invocar la lluvia o quitar los dolores y cosas así. No sabía valorarlos y entendía que desorientaban el culto. Yo los compraba y luego los vendía fuera del país por muchísimo más dinero. He hecho muchos negocios con curas y con obispos.»
(Link de la entrevista)
Quizás merezca la pena leer su autobiografía para conocer en profundidad su concepción del arte, así como sus límites. No resulta tolerable en el mundo del arte admitir y justificar este tipo de delitos, por mucho encanto que tenga el «ladrón en cuestión». Una obra de arte en estado precario de conservación no justifica que se robe. Resultaría mucho más beneficioso emprender acciones de cuestación popular, por ejemplo, que robar y venderlo a un coleccionista privado.

La cuestión de los robos del arte no es banal. Las mentes de quienes muchas veces perpetran estos actos están faltas de educación patrimonial, y con esto me refiero a que es necesario concienciar sobre lo que significa tener un patrimonio histórico. Hay que entender el valor de un patrimonio que comprende los bienes inmuebles y objetos de interés artístico, paleontológico, arqueológico, científico y técnico, incluyendo también el patrimonio documental y bibliográfico. Existe además un patrimonio mundial que comprende lugares de valor universal excepcional para la humanidad, que han sido inscritos en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO con el fin de garantizar su protección y conservación para las generaciones futuras.

Defendemos el Arte no solo para disfrute nuestro, sino para generaciones futuras. Gracias a esa defensa del patrimonio hecha por nuestros antepasados, disfrutamos hoy en día de las Pirámides de Egipto, de la Catedral de León y del Museo del Prado, por citar algunos ejemplos.

Señalar también que aunque el robo de obras de arte causa un extraordinario mal a nuestro patrimonio, también es cierto que compradores «sin escrúpulos» y a golpe de talonario han vulnerado obstáculos legales para saciar su voraz apetito coleccionista. El magnate americano, Heart, inspiración de Orson Wells para su película «Ciudadano Kane» (volvemos otra vez a las películas) compró piezas de increíble valor entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Una España inculta, sin controles, propició que se vendieran los enseres al mejor postor. La Editorial Cátedra acaba de publicar «La destrucción del patrimonio artístico español. W. R. Hearst: el gran acaparador». En esta obra se citan ejemplos de las compras de Hearst, como el Claustro del Monasterio de Santa María la Real de Sacramenia (Segovia): se vendió a Hearst en 1925 y los trasladó a Estados Unidos en 11.000 cajones que permanecieron en un almacén hasta que fueron vendidos en 1952. Un libro muy recomendable para leer y que pone el acento en el daño que se ha hecho por estafadores, ladrones y gente sin escrúpulos al mundo de arte, en el sentido más amplio de la palabra.
La concienciación sobre el valor del arte y de nuestro patrimonio es una labor continua, pesada, y necesaria, que deben de realizar las instituciones públicas y privadas. No basta con legislar de manera precisa y profusa. Dar valor al bien común permite que delitos como el de obras de arte, sean percibidos por la opinión pública de la manera correcta sin indulgencia y con indignación.

Dña. Marisa Villén Fiz – EnCuadro Gestión Cultural.

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